Después de la calle de "La Máquina"
caminé hasta el valle de la catarata,
en el costado mi tez se quemaba de recuerdos
por el eclipse de los pinos frente a la aurora policromo;
se reían mis zapatos por las cosquillas del musgo
que abrigaba los troncos que fueron reyes y ahora puentes,
se despedía el sol de Zarcero haciendo gestos en la niebla,
dejándo el misterio en mis mejillas hipotérmicas;
así fui llegando a la entrada del bar del olvido,
el lugar menos esperado al lado de los lagos,
llenos de truchas y lirios, de risas y jazmín,
donde la luz era tenue en el portal más hermoso;
en la barra bailó Ana, Maricela y la quimera,
soñaron los pobres diablos del olvido, sin futuro,
y se despidieron dándome la bienvenida,
como si nunca hubiera llegado y nunca me hubiera ido;
luego me fui disolviendo en la noche sin paradero,
de regreso a la calle de "La Máquina",
envuelto en el silencio más implacable de los bosques,
yo cándido y asombrado, y mi corazón se quedó en Zarcero...
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