miércoles, 28 de mayo de 2008

Para mi tierra...

Que clara se ve mi tierra,
donde los árboles crecen y perecen,
donde las manos que los cultivan,
cálidas y humildes estrechan la vida...

Que clara se ve mi tierra,
con el lago que deslumbra,
que calma la sed del suelo,
con frutos y colores...

Allí están mis días,
de rostros quemados y rutinas,
de ríos que limpian la tierra,
de aguaceros y tormentas...

Allí están mis noches,
de estrellas, aguardiente y guitarra,
de oscuridad indomable donde quedó mi corazón,
las veladas de familia, de amigos y canción...

En fin allí quedó mi tiempo,
el que ahora pierdo en otra parte,
y todo porque he partido,
buscando un horizonte que no es mío...

Lo mío está en mi tierra,
lo que no se compra ni se exporta,
lo que del corazón nadie me roba,
lo que me llevo cuando muera...

Que clara se ve mi tierra,
inmortal Tilarán como siempre,
que se guarde tu manto verde,
tus flores y tu gente...

Que clara se ve mi tierra,
incluso en la noche implacable,
porque aunque no la veo la siento,
en la sangre y en el viento...

Allí donde mis saltos de carajillo,
dejaban sin penas las calles,
donde nunca he volado tan alto,
donde dejé para siempre la inocencia...

En Tilawa armé mis sueños,
cual si fueran rompecabezas,
tomé un puñado de esperanza,
tomé mi equipaje y revisé la marea...

Más nunca empaqué mis raíces,
allí están creciendo frondosas,
como enredaderas hacia el cielo,
como robles sin leñadores...

Cuando vuelva lleno de dudas,
quítame el misterio Tilarán,
recuérdame mis pasiones y mis juegos,
los silbidos, las mejengas, lo que era...

Y si me voy un día sonriente,
es que te llevo en el alma,
y me llevo la gran alegría,
de que fueras por siempre mi tierra...

Que clara se ve mi tierra,
con sus praderas y sus nubes,
con su cruz en el monte esperando,
que el
viento imparable la tumbe...

Que clara se ve mi tierra,
nunca la vi tan bella,
como láminas de aurora y platino,
como el Olimpo humilde y sin Dioses...


jueves, 22 de mayo de 2008

Pequeños detalles

Pequeños detalles que se esconden tras las páginas de la infancia, que escalan por enredaderas hasta los momentos menos esperados y los hacen grandes e inolvidables, como cuando por los senderos de la vida nos embriagamos de risa y aceptamos los errores, igual como se escapa la esperanza de la cárcel de los hombre cobardes y callados, y vuelve convertida en pequeños detalles, que llegan en invierno y en verano, se reparten en el viento y nos abren los ojos, dibujan una tenue sonrisa en mi rostro y hacen que no me importe el tiempo ni la amargura, simplemente llegan; ansiosos de que alguien los vea y los necesite... A esos pequeños detalles les dedico esta plana, a esos que me llenan el alma con la mínima dulce grandeza que ofrece la vida...

R. Boniche.