lunes, 12 de noviembre de 2007

Tú...

Tú, que extraña vocalización,
la palabra que me llena de emoción,
el sonido que desata la sonrisa,
que le da ríos al mar y a los veleros brisa...

Tú, que atiendes al enfermo corazón,
que curas las heridas del misterio,
tú que me lanzas al delirio,
que me salva, me mantiene vivo...

Tú, que me das más que a tí,
lo que nada repone,
lo que nadie vuelve a dar,
tú, la de los ojos de planetas...

Llegaste en el momento más simple,
te metiste en la selva de mis manos,
apareciste en el reloj de mi vida,
y lo reparas, y lo detienes...

Le das luz a lo que no veo,
le das vida al experimento,
a la ciencia que no es inmortal,
a la que se llevan cuando muero,

Tú, que a las cuerdas conmueves,
que a la tarde haces perenne,
tú que a mis venas destellas,
que a mi cerebro revelas...

Tú, la de la piel dormida,
la de la fauna de la amazonía,
la de las noches de fantasía,
la que nunca abandonaría...

Tú, la que no deja de saltar en el ensueño,
la que no lo abandona ni por oro,
no me dejas tendido ni sólo,
tú, la de mil y un encantos...

Llegaste en la primavera,
al acostarse el sol, al morir el día,
apareciste entre la niebla con la risa,
la que tú desatas y la liberas...

Le das la mano al desamparo,
le das la vida a lo agotable,
a la ciencia que no es perenne,
a la que se llevan cuando amanece...

Tú, beso del alma, de la madrugada,
no te vayas con la magia,
déjala en tus mejillas,
déjala al morir tan despampanante y tan viva...

Tú, que eres una musa,
una inspiración del nuevo día,
tú, la que me quitas la agonía,
tú... bailes, sueños y alegría...

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