viernes, 22 de agosto de 2008

Angélica, Angelina...

Tu vienes, yo voy,
tu vas y yo vengo,
tu tienes siempre mi risa,
yo tu nombre no lo tengo...

Sí lo tengo hasta cierto punto,
como la espuma en el mar,
cuando se disipa entre mis ojos
de una forma leve relativamente...

Desde allá en el principio
la red de tu misterio me tuvo,
cautivo y sencillamente preso
como un secreto sin cómplices...

Eres dueña de mis documentos,
de mis libros y mis noches,
del momento más simple,
cuando me quito los zapatos...

Lo entiendo completamente,
no me conoces y me sonríes,
eficiente manera de ahogarme en vigilia,
inconsciente forma de quitarme el sueño...

Así despierto me cuestiono tu destino,
cómo hago para que no sea ocasional
el hecho de que mi vista despliegue
relámpagos de ansia y ternura...

A dónde vas Angélica, Angelina,
dime tu nombre y me darás la vida,
dame tan solo un instante,
para ver si te quiero como sueño quererte...

Y claro está, si decides quererme,
si me das de esa paz que se queda en mi espalda,
como escalofrío digno de un verano cándido,
severo y borracho de alegría, lleno de verde...

Deslúmbrame un rato milenario,
la eternidad si prefieres,
no te firmo contratos ni te vendo el alma,
no negocio contigo, te la regalo...

Si en un dulce intento fallido te llamo,
excúsame la culpa y la cacofonía,
si te hablo muy fuerte o si quedo callado,
porque fácil el frío se vuelve torpe sinfonía...

¿Cómo te llamas? Angélica, Angelina,
simplemente olvidé tu nombre,
pero tu imagen se robó mi corazón
de una forma leve relativamente...